Cartas
La iglesia de mi Chuqui
Señor director:
El 6 de agosto, día de la Transfiguración del Señor y cerca de San Lorenzo, patrono de los mineros, se celebran los 100 años de la Iglesia Católica del mineral.
En el libro de "Los Jesuitas en el Desierto" donde se habla de la evangelización del norte bravo, está la historia de la creación de la Parroquia "El Salvador de Chuquicamata" en 1917. En una foto aparece el presbítero español Francisco Villacampa, un niño y una joven parados en una puerta lateral del hermoso, moderno y suntuoso edificio, aún en construcción: con ventanales y gallarda torre, alzándose elegante y ufana al costado sur naciente de la plaza, embelleciendo al Campamento Nuevo.
El padre Villacampa ejerció la jurisdicción en todo Chuquicamata, atendiendo los servicios religiosos, hospital y donde se le llamara, no dejando nunca que tuviera injerencia míster Tismarch, jefe del campamento del estado Yanqui que era Chuquicamata. Cuando trató de entrometerse, el padre Francisco se lo prohibió, so pena de dejar la parroquia inmediatamente.
Nuestra Iglesia desafió al viento, frío y a los años que sirvió para cobijar a los miles de chuquicamatinos que nacimos, crecimos y vivimos allá. Muchos fuimos bautizados en su pila bautismal, hicimos la primera comunión, nos casamos. Rezamos en sus elegantes altares, confesionarios, entonamos los cantos con el coro. Y lloramos la pena de los amigos fallecidos en las explosiones y accidentes mineros.
En estos 100 años muchos misioneros en un clima adverso y condiciones insalubres, de pobreza, e ignorancia realizaron un inmenso trabajo de evangelización, principalmente en los primeros años. Muchos recordamos al padre Luis del Valle, y el incendio de la Parroquia. A los sacerdotes jesuitas que conocí, a Guillermo Teuber que el rector del San Ignacio de Santiago al conocer su muerte por tifus dijo: ese lugar en vez de Chuquicamata, debería llamarse Chuqui -que mata-". Los que trabajaron con la Escuela San José, padre Joaquín Barrios y Ramón Salas, el padre Larraín, y Alberto Hurtado que impulsaron la Cooperativa de Ahorros evitando enriquecer a los prestamistas.
Hoy quisiera honrarlos a todos estos varones, desde el padre Villacamapa que abrió las puertas de la parroquia, hasta el querido padre Olivé que las cerró, y acompañó el traslado de sus feligreses a Calama.
Gracias a ustedes por su gran vocación, generosidad y enseñanzas.
Nancy McDonald