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Loínos cuentan cómo es su sacrificada vida viviendo en rucos

Rosamel y Adán esperan a que una oportunidad de trabajo les caiga. Por mientras, viven.

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l Bryan Saavedra López

Adán Isaías tiene cerca de 40 años, es de Viña del Mar, pero vive en un ruco cerca de la línea del tren de Calama. El hombre ya va cumplir dos años ahí, hace unos días le quemaron su colchón, pero ya se recuperó y consiguió una nueva cama con frazadas.

"Yo tiré cinco curriculum a las una mineras y estoy esperando a que me llamen para trabajar, por eso estoy aprovechando de tomar", relata Adán cerca de un árbol ubicado detrás del Jumbo.

Adán cuenta que la vida en los rucos es complicada y hay que estar atento a que nadie te haga daño. El hombre no lleva puesta una polera y sus tatuajes resaltan con el sol calameño. "Estos yo me los hice en Argentina, pero nunca he estado preso", asegura Adán.

Adán hoy comparte con Rosamel, quien es mayor que él y es de Osorno. Ambos concuerdan en que son conocidos, pero pueden ser amigos. "En la calle uno tiene que ser de una sola línea", explica Rosamel.

Al viñamarino no le gusta Calama porque dice que hay mucha gente peligrosa, falsa y ambiciosa. "Yo soy sencillo, soy bien pobre y soy humilde", asegura Adán.

Los hombres relatan que por las noches cada persona se encarga de velar por su seguridad. "Yo tengo mi ruquito, yo apechugo solito", cuenta Adán. Rosamel se identifica con los ideales del FPMR. "Ellos lucharon por el pueblo", cree, quien asegura que "los valores no se venden ni se compran" .

"Uno tiene que cuidarse en la calle, nada más", relata Adán. Tomamos las fotos, pero alguien tapa el lente. "Esta entrevista te va a salir cara", dice un amigo de ellos. "Ándate mejor si no te van a pegar", advierte Adán. J