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El practicante de la pampaEl practicante de la pampa

Joaquín fue una especie de médico chasquilla en la ex oficina Pedro de Valdivia.

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l Rodrigo Ramos B

Joaquín Estay, 78 años, cinco hijos, por varias décadas ejerció en la ex salitrera Pedro de Valdivia labores de médico, pero no fue un médico. Joaquín fue lo que llaman practicante, un oficio casi extinguido. Hoy, el señor podría caber en la categoría de paramédico.

A Joaquín lo llamaban para poner inyecciones; curar heridas; ayudar en los partos y hasta para hacer autopsias. El hombre ejecutó 10 autopsias; un labor a la que califica de compleja.

Joaquín de mirada afable y rostro moreno ilustra su trabajo como apasionante. Su hija lo observa con orgullo y cariño. Ambos participan de una marcha de ex pedrinos para reivindicar el nombre de la desaparecida salitrera en la cédula de identidad. Razones burocráticas cambiaron el lugar de nacimiento de estas personas a María Elena, la única salitrera que queda en el planeta.

Joaquín cuenta con entusiasmo que a los 15 años entró a trabajar en el hospital de Pedro de Valdivia. Jubiló a los 62 años.

Reconoce que lo más triste fue hacer la autopsia a sus amigos.

-¿Debe ser impactante extraer los órganos de una persona con quien se compartió?-

El señor agacha la cabeza y dice que había que hacerlo a pesar de todo. A veces uno debía sacarles el corazón. Imagínese lo complejo del asunto; pero había que hacerlo. Así era nuestro trabajo.

En muchas ocasiones Joaquín tuvo que cumplir las mismas funciones que el actual Samu. Salir a toda la velocidad en la ambulancia para atender algún paciente.

En otras oportunidades lo iban a buscar a su casa para que el señor pusiera las inyecciones. Un pedrina dice que tenía la mano liviana para el oficio.

Joaquín dice que en el afán de inyectar a veces había que apelar a la sicología, especialmente con los niños. Se los distraía y luego sin que se dieran cuenta se colocaba la inyección. Lloraban, al final.

El maletín de practicante era un mundo. Rememora que contaba con implementos como: tijera, gasa, algodón, termómetro y bisturí, entre otros artefactos.

De esta forma conoció a gran parte de los habitantes de Pedro de Valdivia (llegó a tener alrededor de 15 mil habitantes en la década del 60). Puede decirse que vio las nalgas de la mitad del pueblo, por lo menos.

Las manos y consejos de este señor se hicieron conocidos en el caserío. En consecuencia logró la simpatía y cariño de la gente.

-¿Y le gustaría haber estudiado medicina?

-No tuve la oportunidad; al final nos formamos como practicante con la experiencia.

La esperanza de vida no era muy extensa para los trabajadores del salitre. Los hombres fallecían jóvenes por efecto de la silicosis. Luego vino el cáncer.

Joaquín recuerda que muchos fallecieron por los pulmones, corazón y el cáncer al estómago, en ese orden. "La contaminación y la exposición al yodo, son a simple vista los principales factores de enfermedades. Era el costo de trabajar en la pampa salitrera", dice el hombre con tono de médico.

Otros de los quehaceres de Joaquín fue asistir en los partos. "Tengo varios ahijados -afirma- entre risas. A todas mis hijas la asistí yo", dice el señor mirando a su hija.

Joaquín, el practicante de la pampa, dice que por anécdotas estaría todo un día contando. Le creo. J

El practicante de la pampaEl practicante de la pampa

Joaquín fue una especie de médico chasquilla en la ex oficina Pedro de Valdivia.

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l Rodrigo Ramos B

Joaquín Estay, 78 años, cinco hijos, por varias décadas ejerció en la ex salitrera Pedro de Valdivia labores de médico, pero no fue un médico. Joaquín fue lo que llaman practicante, un oficio casi extinguido. Hoy, el señor podría caber en la categoría de paramédico.

A Joaquín lo llamaban para poner inyecciones; curar heridas; ayudar en los partos y hasta para hacer autopsias. El hombre ejecutó 10 autopsias; un labor a la que califica de compleja.

Joaquín de mirada afable y rostro moreno ilustra su trabajo como apasionante. Su hija lo observa con orgullo y cariño. Ambos participan de una marcha de ex pedrinos para reivindicar el nombre de la desaparecida salitrera en la cédula de identidad. Razones burocráticas cambiaron el lugar de nacimiento de estas personas a María Elena, la única salitrera que queda en el planeta.

Joaquín cuenta con entusiasmo que a los 15 años entró a trabajar en el hospital de Pedro de Valdivia. Jubiló a los 62 años.

Reconoce que lo más triste fue hacer la autopsia a sus amigos.

-¿Debe ser impactante extraer los órganos de una persona con quien se compartió?-

El señor agacha la cabeza y dice que había que hacerlo a pesar de todo. A veces uno debía sacarles el corazón. Imagínese lo complejo del asunto; pero había que hacerlo. Así era nuestro trabajo.

En muchas ocasiones Joaquín tuvo que cumplir las mismas funciones que el actual Samu. Salir a toda la velocidad en la ambulancia para atender algún paciente.

En otras oportunidades lo iban a buscar a su casa para que el señor pusiera las inyecciones. Un pedrina dice que tenía la mano liviana para el oficio.

Joaquín dice que en el afán de inyectar a veces había que apelar a la sicología, especialmente con los niños. Se los distraía y luego sin que se dieran cuenta se colocaba la inyección. Lloraban, al final.

El maletín de practicante era un mundo. Rememora que contaba con implementos como: tijera, gasa, algodón, termómetro y bisturí, entre otros artefactos.

De esta forma conoció a gran parte de los habitantes de Pedro de Valdivia (llegó a tener alrededor de 15 mil habitantes en la década del 60). Puede decirse que vio las nalgas de la mitad del pueblo, por lo menos.

Las manos y consejos de este señor se hicieron conocidos en el caserío. En consecuencia logró la simpatía y cariño de la gente.

-¿Y le gustaría haber estudiado medicina?

-No tuve la oportunidad; al final nos formamos como practicante con la experiencia.

La esperanza de vida no era muy extensa para los trabajadores del salitre. Los hombres fallecían jóvenes por efecto de la silicosis. Luego vino el cáncer.

Joaquín recuerda que muchos fallecieron por los pulmones, corazón y el cáncer al estómago, en ese orden. "La contaminación y la exposición al yodo, son a simple vista los principales factores de enfermedades. Era el costo de trabajar en la pampa salitrera", dice el hombre con tono de médico.

Otros de los quehaceres de Joaquín fue asistir en los partos. "Tengo varios ahijados -afirma- entre risas. A todas mis hijas la asistí yo", dice el señor mirando a su hija.

Joaquín, el practicante de la pampa, dice que por anécdotas estaría todo un día contando. Le creo. J

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Joaquín fue una especie de médico chasquilla en la ex oficina Pedro de Valdivia.

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l Rodrigo Ramos B

Joaquín Estay, 78 años, cinco hijos, por varias décadas ejerció en la ex salitrera Pedro de Valdivia labores de médico, pero no fue un médico. Joaquín fue lo que llaman practicante, un oficio casi extinguido. Hoy, el señor podría caber en la categoría de paramédico.

A Joaquín lo llamaban para poner inyecciones; curar heridas; ayudar en los partos y hasta para hacer autopsias. El hombre ejecutó 10 autopsias; un labor a la que califica de compleja.

Joaquín de mirada afable y rostro moreno ilustra su trabajo como apasionante. Su hija lo observa con orgullo y cariño. Ambos participan de una marcha de ex pedrinos para reivindicar el nombre de la desaparecida salitrera en la cédula de identidad. Razones burocráticas cambiaron el lugar de nacimiento de estas personas a María Elena, la única salitrera que queda en el planeta.

Joaquín cuenta con entusiasmo que a los 15 años entró a trabajar en el hospital de Pedro de Valdivia. Jubiló a los 62 años.

Reconoce que lo más triste fue hacer la autopsia a sus amigos.

-¿Debe ser impactante extraer los órganos de una persona con quien se compartió?-

El señor agacha la cabeza y dice que había que hacerlo a pesar de todo. A veces uno debía sacarles el corazón. Imagínese lo complejo del asunto; pero había que hacerlo. Así era nuestro trabajo.

En muchas ocasiones Joaquín tuvo que cumplir las mismas funciones que el actual Samu. Salir a toda la velocidad en la ambulancia para atender algún paciente.

En otras oportunidades lo iban a buscar a su casa para que el señor pusiera las inyecciones. Un pedrina dice que tenía la mano liviana para el oficio.

Joaquín dice que en el afán de inyectar a veces había que apelar a la sicología, especialmente con los niños. Se los distraía y luego sin que se dieran cuenta se colocaba la inyección. Lloraban, al final.

El maletín de practicante era un mundo. Rememora que contaba con implementos como: tijera, gasa, algodón, termómetro y bisturí, entre otros artefactos.

De esta forma conoció a gran parte de los habitantes de Pedro de Valdivia (llegó a tener alrededor de 15 mil habitantes en la década del 60). Puede decirse que vio las nalgas de la mitad del pueblo, por lo menos.

Las manos y consejos de este señor se hicieron conocidos en el caserío. En consecuencia logró la simpatía y cariño de la gente.

-¿Y le gustaría haber estudiado medicina?

-No tuve la oportunidad; al final nos formamos como practicante con la experiencia.

La esperanza de vida no era muy extensa para los trabajadores del salitre. Los hombres fallecían jóvenes por efecto de la silicosis. Luego vino el cáncer.

Joaquín recuerda que muchos fallecieron por los pulmones, corazón y el cáncer al estómago, en ese orden. "La contaminación y la exposición al yodo, son a simple vista los principales factores de enfermedades. Era el costo de trabajar en la pampa salitrera", dice el hombre con tono de médico.

Otros de los quehaceres de Joaquín fue asistir en los partos. "Tengo varios ahijados -afirma- entre risas. A todas mis hijas la asistí yo", dice el señor mirando a su hija.

Joaquín, el practicante de la pampa, dice que por anécdotas estaría todo un día contando. Le creo. J