Uno pensaría que las tortugas semiacuáticas son reptiles lentos y aburridos, que no hacen nada más que comer y dormir dentro de sus acuarios pero aquello no es así. De hecho, en julio pasado dimos a conocer el caso de la primera tortuga ludópata de Antofagasta.

El reptil fue visto caminando deshidratado y sin plata por la acera frente al casino Enjoy y, según los testigos, iba cabizbajo y lamentándose.

Es difícil creer cómo la pequeña tortuga semiacuática -bautizada como Ludópata- llegó hasta las afueras del casino, pero sucedió y Luis Alviña es el hombre que la recogió y dio los primeros auxilios, ya que el pobre animalito llevaba varios días sin agua.

"Fue muy raro ver a una tortuga fuera del Enjoy y se notaba que estaba enfermita", dice don Luis, quien iba manejando y cuando vio a Ludópata bajó de su auto a rescatarla.

Como la familia de Luis no tenía dónde dejarla, se contactaron con Harry Valenzuela, un antofagastino amante de estos quelonios para que la cuidara por algunos días.

"Yo la tuve en mi acuario junto a mis otras dos tortugas. Se hicieron grandes amigas, aunque Ludópata es un poco mayor", explica Harry.

Por cosas del destino ni Luis ni Harry pudieron quedarse con la tortuga ludópata, así que la fueron a dejar a la mascoteca Freddy's Aquarium, donde estuvo a la venta y actualmente vive feliz con su nueva familia.

Aparte de este caso, en febrero se extravió otra tortuga semiacuática, Josefa, lamentablemente aún no aparece el quelonio, aunque las esperanzas nunca se pierden. J

lHace unos días dos periodistas de este Diario fueron a recorrer las distintas playas de la ciudad.

Los jóvenes se prepararon para aquello, fueron con sus mejores trajes de baño y un cocodrilo inflable.

La primera parada en su recorrido fue la playa de los hoteles Antofagasta y Terrado. Lamentablemente les fue mal, ya que había muchas medusas.

Su siguiente destino fue el Club de Yates. Allí los dejaron entrar sin problemas pero que "no usaran nada que no fuera suyo".

La playa del Auto Club, en el sector sur, fue su última parada y la más peligrosa. Allí no los dejaron entrar por la puerta principal, debían hacerlo por los roqueríos de la orilla. "Pudimos perder la vida en el intento", dijeron. J

lHace unos días dos periodistas de este Diario fueron a recorrer las distintas playas de la ciudad.

Los jóvenes se prepararon para aquello, fueron con sus mejores trajes de baño y un cocodrilo inflable.

La primera parada en su recorrido fue la playa de los hoteles Antofagasta y Terrado. Lamentablemente les fue mal, ya que había muchas medusas.

Su siguiente destino fue el Club de Yates. Allí los dejaron entrar sin problemas pero que "no usaran nada que no fuera suyo".

La playa del Auto Club, en el sector sur, fue su última parada y la más peligrosa. Allí no los dejaron entrar por la puerta principal, debían hacerlo por los roqueríos de la orilla. "Pudimos perder la vida en el intento", dijeron. J

lEn noviembre dimos a conocer la historia de Carlos Fowler (46), un hombre que era un comerciante ejemplar pero que por culpa de la cocaína perdió todo su dinero, amigos y lo peor, a su familia.

Hace tres años, Carlos Fowler vive entre los cerros, en una cueva muy cerca del Parque Inglés.

Allí tiene un colchón, algunos libros y sus recuerdos: fotos de sus hijos.

El hombre nos cuenta su historia de cómo llegó a ser un exitoso comerciante verdulero.

"Yo empecé con pura fe, me prestaron 200 kilos de paltas y empecé a hacer mallas pero de 800 gramos y venderlas a mil pesos", relató el "hombre de las cavernas".

Cuando se vio con dinero, Carlos Fowler conoció a una blanca mujer, la cocaína y su vida cambió drásticamente para mal.

"Me gastaba 70 lucas diarias", contaba Carlos.

Actualmente "el hombre de las cavernas" pasa sus días entre su trabajo como cuidador de autos en el sector sur y en las tardes regresa a su cueva.

Lo bueno es que Carlos quiere volver a ser el de antes, rehacer su vida. J