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La única micro de Taltal deja las calles esta semana

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Dagoberto Díaz, 54 años, trabajó por primera vez hace 14 años con su papá manejando una micro en Taltal. Su padre era hasta unas semanas atrás "el" micrero de la ciudad, pero lamentablemente falleció, dejando en toda la comunidad un vacío que fue difícil de llenar. Su hijo asumió el deber pero las pocas jornadas que lleva fue tiempo más que suficiente para que las matemáticas le contaran un secreto que su padre se había llevado a la tumba: manejar ahí no es un negocio, es un voluntariado.

La partida de don Florindo movilizó a todos los vecinos, incluso el alcalde llegó a sus funerales, y fue el momento exacto en el que su hijo vio la importancia de su oficio y lo necesario que es protegerlo.

Hoy seguimos en vacaciones de verano y la localidad de unas 14 mil personas, dejó de necesitar los recorridos de su máquina, por lo menos al ritmo del que suele andar durante la época escolar. Las playas son ahora la principal necesidad, pero igual son pocas las personas que hacen la parada. Por eso los taltalinos la ven más estacionada que en las calles.

"El dueño de la micro era mi papi. Ahora ustedes han visto que yo no la he trabajado (estos días) porque no rinde. Nosotros nunca hemos recibido un aporte o subvención, entonces nosotros nos mantenemos con los puros estudiantes", dice.

Durante el año tiene que movilizar a 300 estudiantes para juntar 30 mil pesos. Trabaja en horario escolar, de lunes a viernes, de 7 a 8.30 de la mañana, luego de 11 a 15, y finalmente sale a buscar a los escolares a las 4 de la tarde hasta las 18 horas.

Cuenta que es muy normal que allá, como se conocen todos, las mamás les encarguen a sus hijos para que los vaya a dejar y buscar al colegio. Van los primeros días al establecimiento con ellos, pero cuando los menores agarran confianza le dan los 150 pesos del pasaje a Dagoberto y le dicen a qué escuela se los tiene que ir a dejar.

"Si yo termino el recorrido y me doy cuenta que un niño está esperando en una esquina, yo me devuelvo para ir a dejarlo a la escuela. Aquí en Taltal es este tipo de vida. Algunas veces los chicos se me ponen a llorar acá porque les gusta andar en la micro y no se bajan, y cuando tengo que parar para ir a almorzar, muchas veces tengo que parar un taxi y pagarle para que vayan a dejar al niño. Estas son cosas que se dan acá en Taltal no más (...) como las familias que me explican que están sin trabajo y que me piden pagar a fin de mes".

En la Tierra del Moro dicen que todos se conocen. Saben cuando hay alguien foráneo, y si los visitantes andan perdidos buscando a un poblador, solo tienen que acercarse al micrero y preguntar dónde vive. Él dice que solo pide que le pregunten por el apodo, ya que a muchos no los conoce por su verdadero nombre.

Difícil continuar

En sus mejores momentos hicieron viajes especiales, en programas para niños de escasos recursos que iban a las playas o al asilo de ancianos, en paseos donde solo les tenían que poner la bencina a su padre y a él.

Lo otro que tenían eran viajes y servicios con la municipalidad, hasta que cambió el sistema y ahora hay una flota a cargo de todo.

"Está difícil continuar el rubro que mi papi tuvo por bastante tiempo. La inversión es muy grande en Taltal para esto. A mí me exigen una micro de unos 30 millones, entonces para hacer una inversión así hay que tener un capital fuerte, y con el capital de esta micro ya no se logra", comenta. Pidió un préstamo de 10 millones al banco, más unos 5 que ya tenían en contado, pero nuevamente las matemáticas fueron claritas: no hay plata. "Estamos esperando que el Ministerio de Transporte dé alguna solución", concluye.

"Es difícil mantenernos acá en Taltal si no hay aportes del gobierno como hay en Antofagasta o como hay en otras ciudades (…) lamentablemente, yo recuerdo que cuando luchábamos con mi papi, quedábamos Tocopilla, Taltal y Calama, como las únicas tres partes en Chile que no recibíamos aportes. Tengo entendido que Tocopilla y Calama ya recibieron pero lamentablemente nosotros no, como acá somos muy pocos".

Y de sindicatos mejor ni hablar, Dagoberto no pertenece a una línea, ni a colectivo alguno, lo de él es claramente una batalla solitaria. "Yo soy solo, no tengo ni una fuerza, pero lamentablemente acá hay gente que necesita la micro".

La época estival terminó por matar su oficio. El jueves pasado por ejemplo, llevó a tres personas a la playa, nada más. La semana antepasada -la última en trabajarla completa- gastó 50 mil pesos en petróleo que simplemente no recuperó.

"Yo todavía tengo familia que mantener, más ganaría si trabajo pintando o en alguna otra cosa (…) la solución yo creo que es que el Ministerio nos dé por último lo mismo que les da a los de Antofagasta. Entonces uno tendría un aporte por último para el petróleo. Acá hay que preocuparse porque las familias lo necesitan".

La micro es más una ayuda a la comunidad que un servicio lucrativo, pero esto ya no puede seguir así. Antes tenían dos máquinas más pero ya están viejas para trabajarlas y la que tiene la llevan usando por diez años.

Son 350 pesos lo que cuesta el pasaje y 150 para estudiantes, además de 400 para ir a viajes más largos como playas retiradas.

En el expuerto salitrero comentan que en el pasado faltaban locomociones, pero entre el aumento del parque automotriz y la falta de políticas públicas, hoy, "la" liebre se prepara para su inminente adiós.

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