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Libre como el viento en la playa naturista

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Yo nunca he entendido cuál es la obsesión de tanta gente por un cuerpo súper-ultra-perfecto. Digo, encuentro bacán a quienes hacen deporte por un tema de salud, pero eso de andar tomando proteínas en tarro, aminoácidos y cuanta porquería sintética existe para ver a quién le resplandece más los músculos, es hasta patético.

A mí nunca me importó mucho, porque siempre fui flaco. O eso creía hasta hace unos meses, cuando la pésima alimentación, el pasar gran parte de mi vida en un escritorio y quedarme viendo South Park hasta muy tarde, causaron la aparición de una ligera panza que me horrorizó. El día en que me percaté que hundía la guata para caminar en la calle, me pegué el cacho: sí me importaba lo físico después de todo.

Por eso, la invitación de una amiga a Playa Luna, el único balneario nudista permitido del país, me dio un poco de susto. Porque Celeste (19), es una de esas amigas que uno ve cada dos meses, y ya lleva años viviendo en Viña del Mar, no digamos que tenemos la mayor confianza del mundo. Si ni siquiera mi mamá -desde que tengo uso de razón- me ha visto en pelota.

-Vamos- me decidí por Whatsapp a la flaca- Vamos no más.

Después de todo, era una oportunidad. Si uno viene al mundo así, ¿por qué a la gente le molestaría tanto ver un cuerpo? Con esa idea en mente, pasé a buscar a la Celeste con una mochila, cinco lucas para el pasaje y un paquete de galletas.

Para ubicarse hay que estar ojo, porque no existe un camino para llegar a Playa Luna. Aunque en la Quinta Región hay pueblos por todos lados a la orilla de la costa, la playa está oculta entre enormes farellones de roca y hierbas que cubren este paraíso naturista de los ojos de los mirones. Empezamos el camino desde Horcón, caleta ubicada a 52 kilómetros al norte de Valparaíso. Los vecinos nos cuentan que al menos hay que caminar una media hora por la costa.

Antes, quienes querían vivir libres al viento en Horcón tenían que hacerlo escondidos, como si fuera mucho pecado andar en pelota. En el 2000, un grupo de naturistas se bañaba tranquilamente en la playa cuando terminaron todos detenidos. Sin embargo, un juez de Puchuncaví estimó que ellos no dañaban ni la moral ni las buenas costumbres, y todo quedó legal, formándose el Club Playa Luna. A partir de entonces, cualquiera puede venir acá a bañarse. Además, todas las playas del país son libres y nadie te puede echar.

El viento sopla fuerte. Mientras tanto, con la flaca nos acordamos de los antiguos carretes, de los amigos que no vimos nunca más. ¿Te acordai del negro? Sí po. Ahora estudia en Arica. ¿Legal?... y así. Estamos cerca de la playa pero no tocamos el tema de que en unos minutos nos veremos como Dios nos echó al mundo. Brígido.

Llegamos a un lugar donde la muralla de roca no te deja seguir avanzando. Hay un letrero: "Playa Naturista". Aquí es, le digo a mi amiga. El temor que tenía antes de llegar era miles de ojos observándome, pero acá no hay absolutamente nadie, y eso que es sábado.

Con Celeste nos miramos.

-Ya estamos aquí po- me dice.

Pasaron varios segundos. Se me vino a la mente todo. Qué importa. Los zapatos volaron, el pantalón, la polera. Estaba totalmente desnudo frente a mi amiga. Creo que sentí vergüenza los primeros tres segundos, después pensé la razón de haber llegado hasta acá y desde entonces todo comenzó a dar lo mismo.

Le tengo respeto al mar desde que casi me morí en Hornitos hace unos años, pero corrí a lanzarme un piquero. Quería saber qué se sentía. Me acordé de Cavancha cuando chico, de esos enero donde podía estar hasta el anochecer sin salir del agua. Suena cliché y repetido, pero todo confluyó para reconciliarme con el océano. Era libre, no esperaba nada ni quería nada más que disfrutar las sensaciones de ese momento exacto.

FRENTE AL OCÉANO

Celeste se tiró al mar. Estaba feliz. Corría por la arena en una escena muy parecida a "Palomita Blanca", salvo que ni yo ni ella habíamos visto esa película hasta hace unos días.

-Es muy bacán esto, hueón.

Estamos sentados en la arena y la vergüenza inicial desapareció. La flaca dice que piensa mucho sobre los prejuicios que la sociedad tienen con las "minas". Que debes tener "poto" o "tetas", que las mujeres terminan operándose, que eso era una estupidez. "Y yo me siento libre de eso", cuenta.

Así como nosotros, hay "caleta" de gente que también viene a sentirse libre, que juega a las paletas con las gaviotas de fondo como cualquier persona normal y que, después, el estar desnudo no significa tema para nadie. Poseen su propia colectividad, la Agrupación Naturista de Chile, que ya tiene casi 20 años de actividades, porque no sólo vienen a Playa Luna, sino que también a piscinas privadas de Santiago, Pirque, Peñaflor. A nosotros nos impresionó un momento, pero después estábamos conversando como si nada. Ah, quizá me inquietó un poco el natural efecto del frío sobre mi cuerpo. No sé si a mi compañera. No quiero saberlo.

En eso, llega una pareja, cerca de nosotros, pero con ropa. Nosotros teníamos una cajetilla entera de cigarros, aunque nada de fuego.

-Anda a pedirle po, flaca.

-No, anda tú.

-¡Ya po!

-Vamos los dos.

-Dale.

Los cabros son buena onda, en dos minutos ya estábamos conversando. El Nico con la Hilda viven en Horcón, y les contamos la experiencia, que ha sido bacán, chocante, loco, increíble y todos los sinónimos posibles en este contacto con la naturaleza. La Hilda nos habla de Ventanas, del pueblo cercano que también sufre los embates de la contaminación, producto de las emanaciones de termoeléctricas cercanas.

-Tú miras dentro del mar y está todo seco. No hay peces, no hay mariscos, no hay ni pulgas de mar. Antes era un par de metros no más, ahora es un kilómetro entero… dice.

Cae la tarde; es un atardecer perfecto. De fondo, sólo el ruido del mar rugiendo contra las murallas de roca. Nos vestimos, pero solamente porque comenzó a hacer frío y debemos volver a Valparaíso. Nos despedimos de los amigos nuevos, de la playa y de las gaviotas; de la sensación de libertad que experimentamos.

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