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Michilla se niega a morir Michilla se niega a morir

El pueblo de Michilla, entre Tocopilla y Mejillones, ha dependido toda su vida de la minera del mismo nombre, que ya tiene fecha de vencimiento. El 31 de diciembre, Michilla deja de operar para siempre, y sus habitantes se preparan para el fin.
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Ignacio Araya Ch.

Nunca hay un número fijo de alumnos en la escuela G-98 Lucila Godoy Alcayaga, la única que existe en el pueblo minero de Michilla, ubicado a 109 kilómetros de Antofagasta. En el 2015 estudiaron 22 alumnos. En otros años hubo más, en otros menos, pero siempre bordearon los treinta. El profesor Jaime Fernández, encargado de la G-98, cree que la crisis económica del 2008 pudo ser responsable del que sólo llegaran once niños a clases ese año.

-Por una parte, a final de cuentas es el cobre el que hace subir o bajar la matrícula.

Directa o indirectamente, todo lo que ocurra en este pueblo depende de la actividad minera que ocurra arriba, en los cerros, donde funciona desde 1959 la Compañía Minera Carolina de Michilla, propiedad de Antofagasta Minerals desde 1980. Y como los ochocientos vecinos que viven acá se conocen entre todos, las noticias vuelan. En noviembre del año pasado confirmaron el rumor que venía rondando hace rato: se acabaron las reservas de cobre.

La minera cierra.

En unos días más, el 31 de diciembre, Antofagasta Minerals dejará de operar Michilla y sus 540 trabajadores, entre empleados de la compañía y externos, bajarán de la mina para no volver. Abajo, en el pueblo, algunos hacen las maletas y otros se van a quedar acá pensando de qué van a vivir. El profesor Jaime Fernández está seguro que el próximo año no van a regresar los mismos 22 alumnos a sus clases. "Sabemos que la matrícula va a bajar", dice.

Se vende

En las carreteras del norte es común ver una posada dando vida a un lugar en medio de la nada. Cuando Michilla se fue urbanizando gracias a la llegada de trabajadores mineros, poner un restaurante acá era un excelente negocio. Hasta hoy, el pueblo es parada obligada para los pocos camioneros que no usan la ruta 5 para preferir la 1, que conecta Iquique con Antofagasta. En "La Perla de Michilla", varios se bajan para tomarse una cerveza helada antes de seguir camino.

A Eliana Cortés le atrajo la idea de hacer negocios y se vino desde Antofagasta para ponerse frente a la carretera para arrendar un restaurante, el "Canto del Mar". Ahí los contratistas y subcontratistas bajaban a almorzar antes de regresar a sus ciudades de origen cuando terminaba el turno. "En un día bueno, se llenaban los dos comedores", dice.

Desde que se anunció el cierre, la clientela comenzó a bajar y de los contratistas que antes llegaban, al "Canto del Mar" venían turistas que pasaban por la ruta costera. El aluvión de Tocopilla, en agosto, arrasó con la carretera, y los turistas también desaparecieron. Es mediodía, y en el restaurant no hay nadie. Si no es por la tele prendida, sólo se oiría la cebolla friéndose en la cocina.

-Yo me voy, a fin de enero o febrero- dice Eliana. Ahora, si tiene suerte puede vender setenta mil pesos diarios, que es nada comparado con los tiempos de comedores llenos. Eliana está pensando qué hacer con su hija de quince años, si llevarla a estudiar a Mejillones o Antofagasta.

¡nos quedamos!

Michilla tuvo años buenos y no muy lejanos. Fue todo un suceso cuando llegó la luz, en 2001. En 2003 tuvieron un récord de producción: 52.730 toneladas métricas de cobre fino (tms). Diez años después, se convirtieron en el primer pueblo abastecido completamente con agua de mar desalinizada. Pero cuando se anunció el cierre, Michilla quedó ahí, en espera. Hoy, en la calle hay varias casas con letrero de "Se vende" o "Se arrienda".

-Nunca vamos a conseguir reubicar a todos los trabajadores de Michilla en otras compañías- reconoce Anesti Papasideris, gerente de Recursos Humanos de la empresa minera- Por eso en diciembre de 2014 se acordó un plan especial de retiro que se ha cumplido a cabalidad.

A la fecha, 120 trabajadores de los 215 que pertenecen a la empresa ya han sido reubicados en otras faenas de Antofagasta Minerals, y los que han tenido mejor suerte, y han podido entrar incluso a Chuquicamata, operada por Codelco.

-Yo tengo fe que todo va a seguir normal- cuenta María Araya, 25 años viviendo en Michilla. Los vecinos que quieren quedarse acá, a decenas de kilómetros de un centro urbano, lo hacen porque necesitan tranquilidad. Más allá de la playa y el paso de buses y automóviles por la carretera, no hay mucho en qué divertirse, pero tampoco para matarse de aburrimiento. -Lo que pasa es que acá no me aburro porque trabajo, tengo mis hijos, mi casa. La verdad es que están cancelando gente, años atrás pasó lo mismo pero no cancelaron a todos. Doña María dice que hay una esperanza, porque se rumorea que Michilla podría abrir en enero con otros dueños. Sin embargo, la minera no ha dicho nada. El cierre es lo único oficial.

Al otro lado del pueblo, en una gran sede social adornada por una plaza donde a esta hora solamente descansa un perro, Inés Barrios anota nombres y cifras en un cuaderno. Su trabajo como delegada municipal de Michilla es gestionar todo lo que afecte a los vecinos de este poblado. Por ejemplo, ahora está viendo la llegada de los médicos que visitan el lugar el tercer miércoles de cada mes.

-A mi no me perjudica en nada el cierre- dice. - Mi marido es jubilado, tengo dos hijos que viven afuera, en La Negra y otro en Chuqui. Yo estoy acostumbrada, tenemos un autito y compramos las cosas en Antofagasta. Además, yo tengo mi casa, así que vamos a seguir viviendo acá.

Doña Inés es responsable también de organizar las fiestas que se vienen en el verano. La primera semana de febrero es la "semana michillana", donde se hace una velada con artistas, incluyendo elección de la Miss Michilla. Y aunque se cierre o no la planta en los cerros, no van a matar al pueblo, dice la vecina.

De vuelta en la escuela, no hay clases pero el movimiento sigue, principalmente por las tareas administrativas que realizan para cerrar el año . El profesor Fernández, junto a su señora Moraima Gallardo están preparando su despedida final. No se van por el cierre, sino que renuncian por la edad para disfrutar del retiro a San Felipe, su tierra natal. Dice que está conforme con lo hecho en estos once años al mando de la G-98.

El profesor muestra un pequeño vivero, obra de los mismos alumnos de la escuela. Todo tipo de flores, plantas, arbustos, incluso una pecera y lombrices que preparan la tierra de hoja para seguir dando vida. Regado con precisión, el vivero desafía la aridez del desierto. Y afuera, en la entrada, un olivo está pronto a dar aceitunas.

-Todos los niños tienen sus aspiraciones. De los que han salido, todos han tenido la posibilidad de continuar sus estudios en Mejillones. Acá, se les pone un bus de la municipalidad, y se van a estudiar desde séptimo hasta cuarto medio.

En la bodega, el profesor acumula cientos de fotografías, recuerdos de su paso por la escuela. En ellas, se ven niños jugando afuera de la escuelita, la primera vez que viajaron a conocer Santiago. Son años que, aunque aún no es el momento del adiós, mira con nostalgia. Hasta ahora, además del financiamiento municipal, la minera se ha puesto con gran parte de las instalaciones.

-Cuando llegamos, el gerente de Michilla nos contó que el proceso productivo no daba para más de doce años. Se cumplió tal como dijo.

Aunque se va para siempre, el profesor Fernández espera que estas fotos sigan replicándose con el tiempo, al mando de los docentes que asuman la difícil misión de llevar la educación a un pueblo que se resiste a morir. Las ceremonias de despedida ya empezaron. El 16 de diciembre se cosechó el último cátodo en la mina, y el 31 hay que decir adiós, adiós a la fuerza.

-¿Desaparecerá la escuela, profesor?

-No, porque siempre van a haber niños. Aunque haya un solo niño, la escuela va a seguir adelante.