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El médico que se codeó con premios Nobel y famosos

Desde el sillón -pero de su casa- el doctor nacido en Antofagasta, pero también viñamarino Ivo Sapunar nos atiende para revelar aquellas anécdotas de su exitosa bitácora laboral.
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Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso

La neblina otoñal impregna el ambiente. Desde la colina, un pequeño bosque aromatizado por fragantes eucaliptos y una panorámica empañada devela donde estamos: Miraflores.

El silencio matutino, como en una película muda, sólo se interrumpe por el soplido del viento que mece los árboles. La calle, vacía. Pasada la curva en Todd Everet, una silueta entre la bruma (y a lo que venimos) que nos da la bienvenida.

Es el connotado doctor Ivo Sapunar, que avanza seguro por la vereda junto a su pastor inglés Frida. La amplia reja de su hogar, que de cálido parece tenerlo todo, se cierra. Los pasos en él son más lentos -el calendario lo acerca a las ocho décadas-, pero no para derruir aquella vitalidad como médico y maestro de la medicina latinoamericana (así lo han distinguido). Una eminencia reconocida por colegas no sólo en su campo profesional, sino que en el terreno quirúrgico más complejo de todos, como él mismo lo cree: la vida misma.

Ya en el sillón y olfateando de cerca su otra mascota perruna llamada Paty, las expresiones en su piel denotan a un hombre que ha trazado una hoja de ruta al alero de experiencias vivenciales de todo tipo. Y que desde ahora, nos disponemos a escuchar y revelar, algo que seguro han palpado de cerca sus cientos de pacientes en 60 años de carrera o "de vocación médica", como bien corrige.

"Yo construí esta casa en este sector cuando no había nada, sólo naturaleza, hace ya más de 50 años, época en que vivía en Quilpué". Asegura que se mantiene aquí por la tranquilidad, las múltiples medidas de seguridad y debido a que "es un muy buen vecindario".

Entre famosos

Quizás mucho de eso captó la atención de la cantante española Paloma San Basilio para hacer de esta casa, su hotel particular en varias visitas a nuestro país. La diva madrileña ganadora de un Grammy Latino y habitual en musicales como Evita y My Fair Lady, posee una cercana amistad ganada en años con la familia del doctor. "Paloma se aloja en nuestra casa. Es sencilla, inteligente y encantadora", describe con modestia Sapunar.

La misma modestia que narra como cuando trabajó con el padre Alberto Hurtado. "Ahora verlo de Santo para mí es muy gratificante. Trabajábamos juntos en la Juventud Católica. Él era asesor en encuentros que teníamos con en esos años", aclara mientras sus ojos marrones miran de frente como barriles sin fondo.

O cuando se inició en esto con el doctor Gustavo Fricke. "Era extraordinario, un verdadero kaisser; un alemán muy estricto y a la vez competente".

Incluso con nuestra Nobel (vaya que él sabrá de éstos) de Literatura, Gabriela Mistral. Ahora necesita tomar aire para recobrar con más vitalidad, recuerdos. "Era interno, y me tocó examinarla. Estuve horas compartiendo con ella a solas; una experiencia muy bonita, increíble. Me gustaba mucho la poesía, así que conversamos de letras y otras cosas por mucho rato", revela.

Nacido en Antofagasta, estuvo hasta los 15 años en el norte para luego migrar a la V Región. "Éramos cuatro hermanos; dos han muerto, yo soy el segundo", afirma Ivo Sapunar, casado con Jasna Goic y próximos a conmemorar sus Bodas de Diamante (60 años "felizmente juntos").

Sus hijos, se abrieron brecha a través de cabezones méritos: Jessica, además de médico es guionista. "El curso lo obtuvo en la Universidad de Barcelona, hace 12 años. Ahora está encarga de todos los diplomados de la Universidad de Finis Terrae. Ha trabajado en producciones fuera de Chile", resalta orgulloso Sapunar.

Su hijo, oncólogo, trabaja hace 15 años en Londres en la investigación para tratamientos nuevos contra el temido mal cancerígeno. "Él anda por Moscú en la elaboración de remedios nuevos para el cáncer".

Sin anestesia

Salvar vidas, sembrar anécdotas, escribir libros y ser reconocido (sin buscarlo): éstas podrían ser las cuatro patas sobre las que bien se puede sostener una leyenda. Un hombre que desde pequeño quiso ser médico. De hecho, antes de los 10 años su juego favorito era ser enfermero. "Nadie me habló de esto. Mi padre era comerciante… había sido oficial de la marina en la guerra Austro-húngara y se vino a Chile. Aquí ejerció el comercio, pero no había ningún médico en la familia".

Cuando la familia se iba de caza, y una débil ave caía herida, saltaba desde un rincón en ese tiempo el joven Ivo junto a su gillette para ubicar el corazón, diseminar la herida y extenderle el aleteo al pajarito. "Siempre tuve esa inquietud". Así, durante su adolescencia, aprendió a manejar… nada menos que con la ambulancia de la Cruz Roja. Los mensajes del destino parecían inequívocos.

Largo periplo

Nuestro entrevistado cursó estudios de medicina en el año 1949, en la Pontificia Universidad Católica de Chile y recibió su título en la Universidad de Chile en 1955. Una vez con cartón, ingresó al hoy hospital Gustavo Fricke, que en esa época se llamaba Hospital de Viña del Mar.

Ya con las herramientas adquiridas, su próximo paso fue Francia. Allá, al margen izquierdo del río Sena y cerca del Cementerio de Montparnasse (lecho de famosos hombres de letras como Charles Baudelaire, Julio Cortázar y Carlos Fuentes), obtuvo un post grado en el prestigioso Instituto Pasteur de Paris, cuyo suelo, metros más abajo, alberga a esas misteriosas catacumbas parisienses.

En ese instituto médico le tocó estar mano a mano con el descubridor del temible Sida. No con el investigador biomédico norteamericano Robert Gallo, sino con su antecesor, Luc Montagnier, virólogo francés y luego jefe de la Unidad Oncológica Viral del Instituto Pasteur, quien en 2008 obtuvo el premio Nobel de Medicina por el descubrimiento del virus de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).

Una vez de vuelta en Chile y con el bagaje acumulado tras su paso mateo en el Viejo Continente, fue nombrado en 1968 profesor de medicina interna en la U. de Chile (Valparaíso) y en la U. de Valparaíso (1970-1995).

Le tocó organizar en Chile el primer Congreso Nacional de Sida. "Yo fui su presidente en 1986. Tuve que dar 150 charlas a lo largo del país". Eso, dice, tuvo consecuencias. "Las cuerdas vocales me las dañé mucho. Un año entero viajando por todas partes, a todos los niveles".

Ese recorrido le significó ser nombrado Maestro de la Medicina Latinoamericana por la Asociación Médica Latinoamericana en 1990, una especie -haciendo símil con Hollywood (brillo tiene el doc)- de miembro honorario de los Premios Oscar de la medicina regional.

Al año siguiente, asume como representante de la prestigiosa Clínica Mayo en Estados Unidos, donde comparte labores junto a premios Nobel (uno, el hallazgo de la cortisona), como encargado en el comité central para América Latina hasta el 2001. "Me especialicé en el aparato digestivo y dediqué esfuerzos a las enfermedades del hígado y la alimentación". En 2004 fue fundador y presidente de la Asociación Latinoamericana de Laboratorio Diagnóstico.

Pero lo que guarda especial cariño, está aquí, más cerca. "Desde el punto de vista de mi trabajo una de las cosas más destacadas fue cuando me desempeñé como médico clínico en Quilpué. Fue una labor muy bonita, porque no había hospital, posta, nada. Me sentí muy útil".

Es un hecho que la alimentación del hombre actual es opuesta a la que mantuvo a lo largo de los cuatro millones de años en su historia. La industria alimenticia introdujo cambios en los alimentos sin imaginar los nocivos efectos biológicos, algo que Sapunar, activo en estos últimos años en la clínica La Araucana, ha volcado esfuerzos: "Eso ha traído un retroceso en la salud de la población humana lo que favorece a enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, artritis y asma, entre otras". Y lanza reflexión: "La alimentación es del siglo XXI, mientras que los genes son de la Era Paleolítica. Los genes no pueden cambiar; la alimentación sí".

Su mirada se desvía. "Más importante que conocer gente, premios o profesión, formar la familia ha sido mi orgullo".

Al final, la anécdota. "Una noche, se me acerca un hombre con actitud extraña para pedirme fuego. De pronto, me ve: se tira al suelo a besarme los zapatos y a pedirme perdón. Era el hombre que salvé años atrás en la calle. Había vuelto a tomar y estaba de lanza, me libré de que me cogotearan…".