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Pedaleó por 15 horas para pintar Mano del Desierto

Un agotador e interminable viaje de ida y regreso en bicicleta hizo joven artista para retratar el monumento, poniendo a prueba su resistencia física en el periplo.
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Cristian Castro - La Estrella de Antofagasta

Una vianda con porotos, zanahorias, una botella de agua (aunque por lo menos debieron haber sido unas cuatro), pinturas acrílicas, atril y una tela en blanco, fueron las provisiones y materiales que un joven se cargó a la espalda para iniciar una travesía un tanto arriesgada. Ir en bici hasta la Mano del Desierto para retratarla.

Y es que en julio ya habíamos presentado la historia de Benjamín Contador, un santiaguino que llegó a Antofagasta con el propósito de pintar los paisajes más emblemáticos de la ciudad, capturando en sus telas postales como La Portada, Parque Brasil, Ruinas de Huanchaca y otros sitios.

Pero faltaba uno, la Mano del Desierto, y para ello, el pintor decidió partir en bicicleta hasta el icónico monumento del escultor Mario Irarrázabal, por lo que inició un recorrido que marcó un antes y un después en su manera de ver la vida.

Desierto mortal

El pasado 6 de agosto a las 6.00 horas partió la travesía del artista, que para lograr su objetivo, debía pedalear más de 75 kms. por el desierto de Atacama, pintar su cuadro y pedalear de vuelta a la ciudad, o sea más de 150 kilómetros en total.

"Llevaba buena ración de comida y una botella con agua. Partí de madrugada para aprovechar el día ya que tenía planeado estar en la Mano a eso de las 10 u 11 de la mañana. Pero fallé en la cuenta, ya que era mucha distancia y el desierto se hizo eterno", dice Benjamín.

El joven de 31 años cuenta que después de pasar el sector industrial de La Negra a eso de las 9.00 horas, al ser el camino (por la Panamericana) recto y llano, estimó que llegaría al monumento antes del mediodía, mas llegó a las cuatro de la tarde.

"El camino fue eterno. El desierto, los cerros, el sol, el cansancio. Era una cosa de nunca llegar. Recuerdo que hice muchas paradas para descansar y tomar agua. Almorcé en la animita del 'Mono peluo' y poco antes de las 14:00 me dije esto es una locura, me regreso a Antofagasta" recuerda.

Un gran saludo

Pero no decayó en su afán. Continuó pedaleando (con las rodillas muy adoloridas e inflamadas) y poco después de las 15 horas vio como en el confín de la carretera, entre el espejismo de agua que se forma en el asfalto caliente, surgían cuatro largos dedos que al rato, se transformaron en un gran saludo que le daba la bienvenida.

"Aún tuve que pedalear por una hora más después de ver la Mano a la distancia, pero ya iba con la motivación a mil. No sentía los dolores musculares ni el peso de mi carga, no sentía el quemante ardor de mis rodillas, no sentía el cansancio ni la sed. Solo sentía que tenía que pintar", dice.

Y pintó. Benjamín solo necesitó de tres horas para imprimir en su tela la gloriosa mano, y cuenta que el cuadro en sí posee la esencia del desierto, ya que mientras trazaba la figura con sus pinceles, el fuerte viento de la pampa fue impregnando de granitos de arena la pintura fresca del trabajo.

"Volví a Antofagasta, pero ese viaje fue menos doloroso. Tenía mi cuadro listo y la pendiente que existe de regreso me relajó un poco. Cuando ya era la una de la mañana, vi en el oscuro horizonte las fulgurantes luces de la ciudad".