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El derecho

El año pasado, 64 extranjeros pidieron refugio en la región de Antofagasta. Danilo es uno de ellos. Se vino de Colombia escapando de las balas, bombazos y amenazas del conflicto armado entre el ejército y las FARC, quienes mataron a su padre en los ochenta. Viviendo en Antofagasta, él busca un trabajo para juntar plata y esperar a que las armas se guarden para volver a Buenaventura y abrazar a su hija Sarai, una niña que por estos días cumple 13 años.
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Ignacio Araya C.

Esta entrevista, originalmente, era sin fotos. A Danilo Plaza (63), colombiano, varias personas le han recomendado que no hable con los medios por seguridad, tomando en cuenta su calidad de extranjero refugiado en Chile. Así llevaba dos años, desde el día que cruzó la aduana de Chacalluta esperanzado por huir de las bombas, las balas y las amenazas que vivía recibiendo en Buenaventura, ciudad costera de población similar a la de Antofagasta, donde en las poblaciones mandaban los ojos vigilantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

A la misma hora que Danilo pasea por el Paseo del Mar con una carpeta llena de papeles y currículums, las FARC están inventariando todas las armas para entregarlas a la ONU, preparándose para sumarse al Parlamento y poner fin a medio siglo de guerrilla que dejan al menos 220 mil muertos. En otra parte del mundo, el Presidente Juan Manuel Santos recibe el Nobel de la Paz por lograr el acuerdo de paz. Y en Antofagasta, Danilo Plaza está lejos de su casa, de su familia, sin un peso en el bolsillo pero con el consuelo que las balas pronto se van a acabar y él regresará a su tierra.

"Llevo más de 56 años viviendo la violencia. La esperanza es que los acuerdos se den, somos un diamante en bruto que hace falta pulirlo. Al acabar con la corrupción y acabar con la violencia, toca ir para aportar", dice.

Ahí, recién, acepta las fotos.

Balas en buenaventura

Danilo Plaza -el apellido es de su madre, como hijo natural- conoció la brutalidad en 1989, cuando la guerra se movía entre corrupción, ejércitos contrainsurgentes y carteles peleando por sus intereses vinculados al narcotráfico. Ese año, las FARC fueron a buscar a Héctor Álvarez Rodríguez, papá de Danilo y entonces propietario del balneario "La Delfina", en Buenaventura.

Los tipos armados con metrallas armaron todo un operativo para secuestrar a Héctor que -de pasada- dejó dos muertos, un vigilante y la señora que vigilaba la cocina en La Delfina. Fue en el Domingo de Resurrección de la Semana Santa del 89 cuando los revolucionarios de verde oliva descerrajaron los tiros que acabaron con la vida de su padre.

"Fui amenazado y tuve que irme de la ciudad. Incluso hasta personas muy cercanas a mi papá amenazaron que tenía que irme".

Danilo se fue a Tuluá, un municipio del Valle del Cauca que está a unas dos horas de Buenaventura. Allá comenzó a dedicarse a la fotografía y a colaborar como líder de las Uniones Comunales de su barrio, donde se hizo cargo de la secretaría de Comunicación y Prensa. Preguntando por aquí y por allá, hizo un programa de radio, "La voz de las comunas".

"Pero era muy delicado. En Buenaventura había temas que no se podían tocar. Hablábamos de seguridad muy por encimita, no profundizábamos", añade.

A Danilo no le quedaba otra. En su barrio, cuenta, grupos armados pedían las "vacunas", una cuota mensual que se les pedía a todos para mantener la guerrilla. Si usted tenía una casa de dos pisos, le cobraban un monto. Si la casa era de un piso, un poco menos. Si se estaba en la pobreza, se pagaba el mínimo. Pobre del que no pagara, porque podrían llegar a "picarlo", un cruel eufemismo para referirse a la muerte con motosierra.

Por su trabajo en las Uniones Comunales, el gobierno nombró a Danilo Plaza como Juez de Paz de su jurisdicción, una figura legal que permite en Colombia decidir en delitos de menores cuantías, como problemas intrafamiliares o entre vecinos. Así estuvo hasta septiembre de 2014, cuando ya no aguantó más. Le dijo a su familia -tiene señora y cinco hijos, dos de ellos menores de edad- que viajaba a probar suerte y enviarles unos pesos desde Chile, país del que escuchó tiempo atrás en una visita de la Presidenta Michelle Bachelet.

Danilo llegó con su hijo Miguel Ángel a la aduana de Chacalluta -en Arica- después de haber cruzado miles de kilómetros de selva tropical, llanos y valles. Lo primero que hizo cuando cruzó para Chile fue realizar la solicitud de refugio e irse a trabajar a Calama con una cámara fotográfica al hombro. Estuvo unos meses ahí pero no soportó la altura.

"Me dieron dos paros cardíacos. Después me certificaron como refugiado y vengo a compartir mis costumbres, mi cultura y a entregar y aprender de la población chilena", dice.

Recomenzar

Chile recibió 629 solicitudes de asilo durante 2015. Antofagasta es la segunda región -después de la Metropolitana- donde los migrantes piden refugio por distintos problemas que le impiden estar en su país natal (64 solicitudes), la gran mayoría de ellos de origen colombiano y dominicano. El proceso es largo y puede demorar -más o menos- un año y parte cuando el extranjero llega a la Gobernación a pedir refugio en el país.

"Tenemos profesionales capacitados en términos legales, emocionales, psicológicos y sociales para dar esa acogida en calidad de víctima", dice Fabiola Rivero, gobernadora provincial de Antofagasta.

Los datos de los solicitantes de refugio -esa es la calidad con la que quedan- se respaldan con los documentos de la nación de origen, del Ministerio del Interior y de su estado, para luego irse a Santiago. Allá, una Comisión Especial de Refugio va analizando los casos, pide contacto con el país de origen y cuando ya todos los papeles están listos, pasan a tener la condición de refugiados. Si no logran tener dicho título, quedan con el estado de solicitantes, pasando a postular a una visa temporaria o de estudiantes, dependiendo del caso.

"En Chile hay cerca de doce tipos de visa. Mucha gente piensa que a cualquier se les da el refugio y al contrario, por eso existe una visa de solicitante para que no quede en la irregularidad", cuenta Rivero. En el caso de Antofagasta, los refugiados tienen el acompañamiento de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic), quienes les dan ayuda cuando necesitan algún remedio o no tienen dónde dormir.

La situación de muchos migrantes, como Danilo, es asfixiante en su país. Los profesionales de la gobernación escuchan todos los días a personas que llegan desesperados a Chile buscando una esperanza. "Algunas de ellas vienen en condiciones muy desmejoradas, personas que han vivido violaciones a los derechos humanos sólo comparables a las que nosotros vivimos en dictadura militar", dice la gobernadora Rivero.

Apenas llegó a vivir a Antofagasta, Danilo Plaza salió a las calles a buscar un trabajo, ofreciendo servicios de locutor, haciendo publicidad, como fotógrafo. Fasic le colaboró con una cifra para montar una mueblería y taller de cerrajería y soldadura, pero él dice que falta más orientación para salir adelante. Hace poco le dieron pega en el "Tengo hambre", locuteando con el parlante que él mismo se compró en Iquique.

"Pero diez mil pesitos en el día no se justifican, es muy poco para transporte, comida y todo por 10 mil pesos. Yo vivo allá en Independencia", dice. Mientras tanto, le dan pega en una peluquería haciendo el aseo. Son pocas lucas para pagar el arriendo y lo que puede, lo manda directo a su familia en Buenaventura.

-¿Qué tan fuerte ha sido el cambio?

"Pues tener que salir y abandonar mi familia es difícil. En este momentico estoy solo pero se respira otra tranquilidad, ya no es esa zozobra de las bombas, los muertos, los tiros. Se siente más tranquilo. No necesitamos sino que nos acompañen y poder trabajar, aportarle al país".

Cuando Danilo recuerda a esos niños que esperan ver pronto a papá en casa, toma unas monedas y sale a llamarlos a una cabina. La metálica voz del teléfono le va contando lo que él se ha perdido en este tiempo: Sarai, su niña menor, acaba de cumplir 13 años. Él se alegra al escucharla pero no le cuenta la pena de no poder estar ahí, dándole un abrazo. Aún no es tiempo.

"Anhelo volver cuando haya tranquilidad, aunque otra opción es que la familia se venga. Nosotros estamos con un programa de indemnización (se refiere a una especie de Informe Valech para las víctimas de la violencia en Colombia) y tengo mucha fe que las cosas se van a dar, y vamos a poder disfrutar de la tranquilidad y las bellezas de nuestro país", cuenta Danilo. Nos muestra una tarjeta donde aparecen los servicios que realiza para juntar plata, esperar a que por fin las balas desaparezcan y él pueda cumplir el sueño de volver.

En varias empresas de Antofagasta, una hoja de oficio con su nombre y teléfono está esperando esa oportunidad.


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