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Las abuelitas que regalan amor en un comedor solidario

Cuatro mujeres decidieron preparar almuerzos para las personas que viven en situación de calle como también aquellos que están pasando por diversas dificultades en sus vidas.
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Claudia Cáceres G.

Son las 10.30 de la mañana y el olor a lentejas poco a poco comienza a esparcirse por Villa Esmeralda. Es un aroma cautivador, como de esos que sólo logran las abuelitas que cocinan con cariño y que a cualquiera podría remontarlo a su niñez.

Pero éste no proviene de una cocina común y corriente, sino que de una pequeña capilla llamada "Ascención del Señor", en donde están cocinando Ninfa, Adelia, Marina y Marilyn, cuatro mujeres que de la agrupación "Sol de Ocaso" decidieron abrir un comedor solidario para aquellos que día a día se las ingenian por un lugar en donde puedan almorzar tranquilamente como si fuese su propio hogar.

A medida que va pasando la mañana, las cocineras pelan verduras, preparan las legumbres, cortan el pancito y dejan todo listo para que a las 12.30 lleguen sus primeros comensales.

Unos son limpiadores de vidrios, otros de autos, hay quienes perdieron su hogar, a sus familiares e incluso otros que han debido lidiar con enfermedades como el alcoholismo. Todos con una historia detrás que los mantiene fuera de sus casas, viviendo en situación de calle o bien, buscando un trabajo e intentando superarse.

Pero pese a las adversidades con las que tienen que lidiar día a día, en el momento en que abren la puerta de la capilla, ellos dicen sentirse como cualquier otra persona, sin problemas, solo disfrutando de un plato caliente de comida y buena compañía.

Las risas abundan, suenan los platos y se escucha fuerte "pucha que le quedó rica la comida tía". Es una reunión de amigos de todas las edades; hay jóvenes y otros que ya bordean la tercera edad, todos se conocen y degustan del almuerzo.

Solidarios

"Mis hijos son coordinadores de la capilla y en una conversación en la casa se nos ocurrió la idea de hacer el comedor. Queríamos saber qué resultaba de esto; acá vienen personas de muchas partes, tanto de la comunidad como algunos que viven en las calles. Lo hacemos para que ellos se sientan bien, para ayudarlos porque uno nunca sabe las vueltas de la vida. Y esas sonrisas y las gracias valen todo el esfuerzo", comenta Magaly Martínez, coordinadora del comedor mientras recibe a hombres y mujeres en la capilla.

Magaly cuenta que la primera vez vinieron dos personas, por lo que su hijo empezó a recorrer Antofagasta y los llevó en su auto. "Los empezó a traer y se corrió la voz. Los que vienen son súper respetuosos, tranquilos e incluso dan las gracias antes de almorzar y cooperan sin que nadie los obligue, lo hacen a modo de agradecimiento", dice la coordinadora.

Familia

Así también, menciona que el comedor se ha transformado en una verdadera familia, todos conversan y cuentan sus historias, se apoyan y tratan de pasar un buen momento.

"Hay una persona que vino que fue mi compañero de trabajo y ahora está durmiendo en la calle; también hay un profesor que se le quemó la casa, hay de todo y lo que hacemos nosotras es escucharlos y ese simple acto para ellos es súper gratificante. Los motivamos a salir adelante, más allá de solo darles un plato de comida", reflexiona.

José es limpiador de autos y desde hace una semana que va a almorzar al comedor. Menciona que le parece muy linda la acción y que le gustaría que algún día más personas puedan disfrutar de estos ricos almuerzos. "Si fuese por mi, sería mejor que existiesen muchos comedores y que sean para todos no tan solo en Antofagasta porque hay mucha gente que está en la calle. Esto es bueno para todos".

El hombre que está sentado a la cabecera de la mesa reafirma el ambiente familiar que Magaly dice existir en la capilla. "Somos amigos, nos reímos, salimos, hacemos actividades, somos una familia. Los días que no estoy acá limpio autos con los chiquillos o de repente pido comida casa en casa y ayudo acá".

Sentarse a comer un almuerzo les ayuda a olvidarse de estar en la calle, sienten que pueden regresar a una parte y no estar todo el día bajo el sol o sentados en un lugar público.

Así lo cree también Rodrigo, quien no tiene problemas en admitir que es alcohólico. Muchas veces no tenía qué comer y recuerda que mataba el hambre con un pan con chancho, "porque prefería comprarme un ron o una caja de vino, cualquier cosa menos comida, pero ahora vengo para acá respetuosamente. Es un oportunidad para compartir, echamos la talla y luego cada uno por su lado", dice el hombre mientras termina de comer su plato de lentejas.

Salir adelante

Gianela, madre de dos hijos, es primera vez que almuerza en el comedor. La invitó Patricio, otro de los comensales que llegaron al lugar. Ella dice que la comida es muy rica y se nota que Ninfa y el resto de las cocineras le pone un ingrediente especial a sus comidas: cariño.

Comenta que "nadie hace este tipo de cosas, estoy muy contenta y les agradezco mucho, sobre todo para la gente pobre que no tiene casa. En mi caso estoy sin trabajo, vendía parche curitas, flores de goma eva y esas cosas, pero ahora como no tengo material no he podido juntar dinero para comprar comida".

Su amigo Patricio, sentado frente a ella y quien es de Los Ángeles, cuenta que "aquí se conocen todos, es una familia y las tías ven qué clases de personas somos. Hay muchas personas que discriminan en la calle, pero no saben quiénes somos realmente, hay muchos factores que influyen para que las personas terminen en estas condiciones y por eso nos miran en menos".

Patricio dice que está difícil el panorama laboral, buscar trabajo, pero que este año quiere empezar con el pie derecho con esta iniciativa que están haciendo las tías.

Cooperación

Cada uno de las comidas que preparan las cocineras de la capilla son con ingredientes que ellas mismas aportan, al igual que vecinos que ayudan con verduras, otros con panes o bien con carne y pollo, pero dicen que no es suficiente y lo que menos quieren es cerrar el comedor, por lo que piden que aquellos que estén interesados en aportar se contacten con Magaly (9 86772456), para que así puedan continuar aportando con un almuerzo digno para quienes están pasando por estas situaciones.

Cuando Magaly termina de dar su número, aparece Rodrigo, uno de los primeros en llegar al comedor cuando fue abierto, entra a la cocina donde están las tías y dice "ellas cocinan con mucho amor para nosotros, por lo que tratamos de ser súper respetuosos con ellas porque se han portado muy bien, son un siete".

Rodrigo limpia vidrios, pero al igual que varios de los que allí van, desea nuevas oportunidades, quiere seguir estudiando y sabe que tiene que estar de pie para salir de la calle.