La pasión de los hípicos, el lado oculto de las carreras en Viña
Hace un par de años Antofagasta tenía su hipódromo, el Isidro Bosch. Hoy solo quedan recuerdos de las carreras que ahí se disputaban. Mientras en el Valparaíso Sporting Club, la actividad continúa, con aspectos que no todos conocen.
Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso
La vida en el Valparaíso Sporting Club comienza siempre antes del amanecer. A eso de las 6.00 se pueden ver los primeros caballos galopando por la cancha, haciendo chocar, sutilmente, sus cascos contra el piso. Para un apasionado de la hípica, ese sonido resulta fascinante, pues da cuenta de lo que significa este deporte. Es un submundo, compuesto por hombres, y también mujeres, que disfrutan viendo correr a esas bestias pacificadas que son los finasangres de carrera, mientras estos compiten, tal como lo hacen los hombres, por obtener el primer lugar de la carrera. "Acá todos compiten, empleados, jinetes, preparadores y propietarios, por nombrar algunos", cuenta Oliverio Martínez, experimentado preparador de finasangres de carrera, con un sinfín de relevantes clásicos en el cuerpo.
La preparación de un ejemplar es una tarea compleja. Los preparadores deben desarrollar al máximo las habilidades del animal, a través de una labor que no para. Ejemplo de ello es Álvaro Fernández, un destacado formador de finos de carrera que, acompañado por su capataz Pedro Marín, pone la mayor parte de sus esfuerzos en una de las carreras más atractivas de la hípica nacional, El Derby.
Fernández tiene entre sus ejemplares a dos buenos corredores: "Nieta Querida" y "Rayo Nocturno". Asegura que la labor que cumple el formador de caballos toma mucho tiempo e, incluso, a veces se vuelve esclavizante. "Hay días en los que me desvelo pensando en los animales, porque quiero que estén cada vez mejor. Si uno vive en función de ellos", comenta.
Es enfático cuando sostiene que todo lo hace por pasión. Cada caballo es un mundo. No hay hípico que no sienta algo especial cuando acaricia el fino pelaje de cada potrillo o potranca. "Los caballos son animales superlativos", expresa. Aunque suene exagerado, es imposible cuestionar la objetividad de alguien que, desde pequeño, visitaba los corredores que su padre tenía. "Recuerdo que, cuando era niño, le mentía a mi madre, diciéndole que visitaría a un amigo en un lugar muy lejos. De ahí tomaba mis cosas y me iba al Club Hípico de Santiago o al Hipódromo Chile", dice.
El día en que decidió hacerse con la propiedad de un animal, lo hizo en compañía de dos amigos, los Wilson, con quienes adquirió una potranca, en la cual tenían puestas todas sus hípicas esperanzas. El día del debut fue, para ellos, realmente decepcionante. La yegua estaba inscrita en el Hipódromo Chile y con mucha opción de obtener el triunfo. Pero, a veces sucede que la primera incursión en algo, no suele ser gratificante. Y así fue para este preparador, ya que la potranca hizo una pésima carrera. Justo al final, y antes de cruzar la meta, el jinete se bajó y, después de eso, la potranca cayó al suelo. Un infarto acabó por completo el sueño de Álvaro Fernández por ser propietario.
Arriba del caballo
Todas aquellas personas con las que cruzó alguna palabra en el Sporting, me aseguran que la hípica está llena de momentos buenos y malos. Así es como Bernardo León, quien se luce con "Tinku", definió su experiencia como jinete de primera categoría. "La hípica está hecha de rachas, a veces puedes estar ganando todas las semanas y, otras veces, no ganas nada. Los amigos se pierden en ese momento. Muchos te quieren ver cuando estás en lo más alto, pero cuando te caes, vas al hospital y no puedes correr durante meses, en esos instantes pocos son los que llegan. Esos son los de verdad", recalca León.
De a poco, León se suelta y comienza a hablar de temas más profundos. Como por ejemplo que, dentro del mundo de la hípica, sus amigos más íntimos se cuentan con los dedos de una mano.
Desde niño soñaba con ser jinete y seguir los pasos de su padre, Jorge León, en el mundo de la hípica. Aunque primero que todo, y por dar una satisfacción a su madre, decidió terminar el liceo y dar la PSU, en la que obtuvo desastrozos resultados.
A los 19 años comenzó, en el Club Hípico de Concepción su aventura como jinete. Para aquellos que no tienen idea de que en Concepción existe un hipódromo, es necesario explicar que los mejores jinetes de la hípica chilena han llegado a la capital, provenientes de la Octava Región. Gustavo Barrera, quien con cincuenta años continúa corriendo de forma activa; Luis Torres, ganador de la estadística general de jinetes durante diez años consecutivos, o Jaime Medina, nombrado como el mejor jinete nacional en 2013, entre otros, son algunos de los nombres más emblemáticos, cuya formación se inició bajo el respaldo de la hípica penquista. Más allá de ser un buen o mal jinete, León sostiene que "la vida de los jinetes es dura. Se pierde mucho tiempo de vida, que podría aprovecharse para disfrutar con la familia. Además que los accidentes son un riesgo que debemos asumir".
Pero ¿qué pasa con la incertidumbre o la dureza de la profesión, cuando se está en medio de una carrera como el Derby? León asegura que los problemas desaparecen cuando se está montado sobre los lomos de un animal. "Uno se olvida de todo, lo único que queda es esa relación estrecha entre uno y el caballo", asegura.
Sacando la bosta
Para cerrar el ciclo, es importante referirse al trabajo que se ejerce en las pesebreras, que es lo que permite que el jinete conduzca de buena forma a los pingos, o que el preparador pueda sacar el máximo potencial de estos en el entrenamiento diario.
A eso de las 6.30 de la mañana, cuando los cuidadores inician su jornada de trabajo, la primera tarea que deben realizar, es amarrar al caballo, para así dar inicio a la labor dentro de la pesebrera. Tras ese sencillo paso, y haciendo valer el carácter más noble del animal, se preparan las camas, se saca la bosta y se tiran los "meaos" -que terminan siendo depositados en ponchas, una suerte de saco para la acumulación de deshechos-. Después de eso, la labor del cuidador se centra en el bienestar de los ejemplares.
Después del rasqueteo y el cepillado, llega la hora del ejercicio. La rutina de galope cambia según cada caballo; así como dijo Álvaro Fernández "cada caballo es un mundo". Todo dependerá de la contextura física del animal y de cuan fogosos sean para galopar. Hay unos que entrenan muy bien y otros que no tanto.
Tras el galope , el caballo debe ser paseado durante un buen tiempo, para que así el caballo se recupere del arduo trabajo realizado durante el día. Y como sudan, al igual que nosotros, deben ser duchados, para sacar el sudor y evitar la aparición de hongos, que terminen por tirar a la basura todo lo que se ha hecho.
Al final del día, el animal retornará a la pesebrera, con nueva avena y nuevopasto. Lo importante vendrá después, cuando llegue el turno de demostrar en pista el trabajo realizado por sus experimentados equipos.