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Las horas de quienes sobrevivieron al aluvión y a un Chañaral arrasado

El Circo Ruso Sobre Hielo venía de dar funciones en cuando se instaló en Chañaral la noche del martes 24 de marzo, al otro día los artistas fueron testigos de cómo entró el barro por la quebrada cobrando vidas, estructuras y la calma.
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Redacción: "Crónica de un Aluvión", de Jonás Romero.

"Crónica de un Aluvión" es el nombre del trabajo en el que el periodista Jonás Romero Sánchez relata las trágicas horas vividas hace casi dos años por el aluvión de Atacama. El Circo Ruso Sobre Hielo se prepara para una función que nunca ensayó y que marcará para siempre a un elenco conformado por ingleses, franceses y rusos, entre otros cincuenta artistas donde, obviamente, los latinos son parte importante. Un triste amanecer en Chañaral que marcó con los sonidos y postales de tragedias al tranquilo puerto...

Acá compartimos el texto de la compleja situación vivida el 25 de marzo del 2015 con el temporal nortino.

Relato

Las temporadas en el circo no terminan nunca. De vez en cuando, y como sin darse cuenta del paso del tiempo, a cada trabajador -desde montadores y tramoyas hasta bailarinas y trapecistas- le corresponde un período de vacaciones, donde la mayoría aprovecha para viajar a sus hogares. Como entre las 50 personas que trabajan en el Circo Ruso Sobre Hielo hay ingleses, franceses, rusos, mexicanos y colombianos, el descanso permitido puede extenderse por meses, pero no para Cristián Hidalgo.

"Yo tenía una casa propia en Santiago, con familia y todo, pero ya no soy de ninguna parte. Soy del circo nomás", reconoce cortante cada vez que le preguntan.

El Circo Ruso Sobre Hielo venía de dar funciones cuando se instaló en Chañaral. La noche del martes 24 de marzo, y como en Dumbo, los montadores levantaron la enorme carpa a pesar del frío y la garúa, para que la ciudad la encontrara armada al amanecer.

El miércoles 25, Cristián, hombre moreno de espalda anchísima y quien trabajaba como tramoya del circo desde hacía más de 15 años, despertó poco pasado el mediodía. Decidió vestirse y comprar algo para el desayuno. Caminó por la costanera de Chañaral, y se sentó en uno de los kioskos cercano a los terminales de buses. Tranquilamente, comenzó a mordisquear su marraqueta con té.

Era la una de la tarde. Seguía lloviznando cuando un camión de Bomberos pasó con la sirena encendida. Una voz alterada ordenaba por megáfono evacuar las zonas bajas. Entonces Cristián, apuró su té y se echó lo que quedaba de marraqueta al bolsillo. Trotó por la calle -que ya traía bastante agua en la solera- y llegó al circo.

Una caja de fósforos

Apenas pudo despertar a sus compañeros para subir corriendo las dos cuadras que los separaban del comienzo del cerro. A salvo sobre un alto de la ciudad, el tramoya observó cómo Chañaral se vio de pronto arrasada por un aluvión que arrastraba camiones de ácido sulfúrico, casas y personas hacia el centro de la ciudad.

El barro entró por la quebrada del río Salado, golpeando primero a las poblaciones que se habían instalado en los bordes de su cauce, junto a la carretera. Luego, el barro se desvió hacia la calle principal, Merino Jarpa. Sólo se mantuvieron en pie los edificios comerciales de mayor envergadura. Cristián observó cómo muchas personas quedaron atrapadas en ellos y sobre los techos de las estaciones de servicio, que apenas superaban el nivel del barro. El kiosko donde hacía 15 minutos Hidalgo tomaba su desayuno, había volado como una caja de fósforos.

A pesar del ruido y los gritos a su alrededor, Cristián tardó varios minutos -o eso sintió- en reaccionar. Una garúa perezosa caía sobre su cara, y lo único que se interponía entre él y una linda visión de la bahía era un torrente de agua color café con leche tragando, arrastrando y revolviendo todo lo que hubiera a su paso. El ruido del aluvión arrasando con la ciudad -maderas crujiendo, edificios desplomándose y gente gritando desesperadamente por ayuda- le resultó extrañamente cautivante.

Frente a donde se encontraba, el torrente chocó contra el depósito de relaves de la bahía, formando varios socavones donde iban a perderse todas las cosas que el aluvión arrastraba consigo. En eso, un hombre pasó flotando sobre un sillón en el torrente, pidiendo ayuda. Cristián despertó del letargo al ver cómo aquella persona caía y se perdía en las entrañas del relave. Sólo después de observar a ese hombre morir ahogado, Cristián, comenzó a actuar.

Un grupo de pescadores dijo que tenía un bote a tan sólo unas cuadras, y que podían utilizarlo para rescatar a más personas. Los tramoyas fueron en su búsqueda y enseguida lo bajaron sobre sus hombros hasta la orilla. Mientras los experimentados pescadores maniobraban sobre ese río revoltoso y turbio, los tramoyas ocupaban su fuerza para asegurar el bote mediante una cuerda amarrada a la embarcación. De esa forma, lograron rescatar no sólo a varias de las personas que se encontraban atrapadas sobre los techos del centro, sino que a un par de animales (desde gatos hasta caballos) y también a una mujer que era arrastrada por el aluvión.

Pasarían varias horas antes de que Cristián Hidalgo recordara la marraqueta que había guardado del desayuno en su bolsillo. Estaba totalmente embarrada.

Ciudad en silencio

En los días siguientes a la catástrofe, los chañaralinos observaron como una curiosidad a ese reducido grupo caucásico que recorría las calles de la ciudad en silencio, o si iban en par, hablando una lengua extraña y dura.

Los artistas del Circo Ruso lo habían perdido todo y debían buscar entre el barro y los escombros restos de ropa, maletas y todo lo que pudiera ser rescatado. Como el resto de los damnificados, dormían en las salas del Liceo Federico Varela, compartían cigarros de noche y, de vez en cuando, se asomaban a jugar una pichanga en la multicancha con los niños del albergue.

Alguno que otro adolescente se enamoró de las menudas y blondas trapecistas que hacían la fila para almorzar en el casino.

La mayoría de los artistas se vestía con la ropa que fue llegando al albergue como donación. Cristián Hidalgo, el montador, no fue la excepción. Sin residencia fija, fue una de las últimas personas del circo en abandonar Chañaral. Los rusos e ingleses pudieron tomar vuelos a sus hogares luego de una semana, los latinoamericanos se llevaron su alegría chimuchina poco después, pero Cristian permaneció junto a un par de colegas por casi un mes.

Durante ese tiempo, su rutina consistió en levantarse temprano, desayunar un té con leche y marraqueta, calzarse unos pantalones holgados y bajar a trabajar paleando barro y escombros. Por esos días había familias que ofrecían dinero por trabajar despejando una casa o negocio particular, pero Cristián nunca se interesó por ello.

Simplemente tomaba alguna de las palas que habían llegado al albergue, caminaba cerro abajo y se ponía a trabajar. Luego, almorzaba contundentemente en el casino, tomaba una siesta y volvía al centro a trabajar hasta el atardecer. Por las noches se perdía en las calles de las poblaciones altas, evitando el control de los jóvenes marinos que hacían guardia en la ciudad.

Era un hombre reservado, agradecía cada par de calcetines limpios que la gente le entregaba en el liceo, y se fue sin despedirse de quienes le habían tomado un cierto cariño. A esa altura, la dueña del circo, una mexicana que cada ciertos días cocinaba bacanales para sus empleados, ya había tomado su remolque y se había marchado de Chañaral.

Un par de meses después, el Ruso volvió a girar por Chile. Es que las temporadas en el circo no terminan nunca.