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Testigos de la historia de Calama desde su conocido "Disneylandia"

Matrimonio lleva más de 30 años atendiendo céntrico quiosco que ofrece diarios y revista. Lo difícil del negocio los ha obligado a ir modernizando la oferta de sus productos. Están cansados, pero dispuestos a seguir en este mágico mundo.
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Elizabeth Pérez.

Desde su negocio se han convertido en testigos privilegiados de los cambios que ha experimentado Calama.

Son treinta años juntos, construyendo una historia llena de amor, pero también de mucho esfuerzo y sacrificio.

Ella madre de suplementera y él, un hombre enamorado que ingresó a este mágico mundo de los diarios y revistas, siguiéndola a ella.

Es la historia de María Jorquera y Javier Araya, un matrimonio que lleva más de tres décadas trabajando en su quiosco en pleno Paseo Ramírez.

Toda una vida levantándose al alba, sin importar la bajas temperaturas que azotan durante el invierno a la zona o si era feriado, tal vez una festividad importante.

Entrega que los obligó a renunciar al tiempo junto a sus hijos, pero que a la vez les permitió tener a su clientela fiel, esa que generación tras generación confía en ellos al momento de informarse.

Javier es oriundo de Illapel, pero hoy confiesa sentir un loíno más. Hace un par de semanas cumplió 40 años instalado en la ciudad.

Vino en busca de nuevas oportunidades, las que halló. Pero mejor aún, encontró a una gran mujer, esa que luego de toda una vida juntos lo sigue apoyando en cada uno de los desafíos que han emprendido unidos. Con su ardua labor en su quiosco, el tradicional Disneylandia, pudieron educar a sus cuatro hijos. Tres de ellos profesionales y uno a punto de egresar de cuarto medio para comenzar su período universitario.

Desde su quiosco han visto como se escribe la historia de esta ciudad mucha veces postergada, pero que tanto entrega a quienes vienen en busca de sueños y de grandes oportunidades.

Pero eso también ha tenido costos. Entre ellos, que sus hijos no le tengan cariño a su trabajo por todo el tiempo que les demandaba. "Mis hijos no quieren el negocio por lo sacrificado que es estar todos los días. Ver al papá que se levanta a las seis de la mañana. Hemos conversado ahora último que ahora ve a mis hijos, porque antes no los veía. Cuando estudiaban se levantaban y estaban durmiendo, llegaba a almorzar estaban en la escuela, llegaba en la noche y estaban durmiendo", explica María.

Pero también saben que era un sacrifico que les tocaba hacer para sacar a la gran familia que construyeron adelante, y lo hicieron.

Pero el negocio ha ido mutando. Con nostalgia recuerdan como eran las cosas en antaño. Bien dicen que todo pasado fue mejor.

Un clásico que ha ido desapareciendo es la compra de álbumes. Esos que antes todos añoraban tener y que hoy son prácticamente ignorados por los niños.

"Antes era bonito. El intercambio de láminas. Los niños muy sanos. Uno quería la lámina que era la clave, todos andaban persiguiendo el que la tenía, se la cambiaban por todo lo que tenía. La querían cambiar por esa lámina. Eso ya no se da, ni siquiera en los colegios", comentó Javier.

Sus mejores clientes en este compra de láminas eran las alumnas del Colegio Guadalupe del Ayquina, a muchas de las cuales vieron crecer y que hoy incluso ya están convertidas en abuelas y siempre pasan a saludar.

"Esto igual te alegra, porque la gente no se olvida de ti. Vienen y le cuentan a sus hijos que desde que ellas estaban en el colegio nos venían a comprar a nosotros", comentaba Javier.

Y tienen su clientela fiel, especialmente los adultos mayores. Esos que no fallan a la hora por ejemplo de comprar cada día su ejemplar del diario.

Los mismos que con el paso de los años han ido partiendo. "En el último tiempo han fallecido como cinco o seis. Ellos todos los días vienen a comprar su diario, para ellos es como parte de su rutina de vida. Siempre se juntan alrededor del quiosco", explicó.

También han sido testigos en primera persona de como se ha ido deteriorando la seguridad en el centro de la ciudad. Un sector que antes era seguro y que hoy provoca temor al momento de circular.

"Antes cerrábamos a las 11 o 12 de la noche y me iba a mi casa tranquilo a pie. Hoy no puedo hacer eso porque me asaltan", mencionó Javier.

Lamentablemente también han sido víctimas de la delincuencia. Han sufrido el robo de todo su mercadería cuando ladrones ingresan a su local.

"Pero jamás nos hemos echado a morir. Si bien perdíamos el capital, siempre estábamos preparados para reponer. De hecho aprendimos a ahorrar e invertimos en un centro deportivo que hoy tenemos y administran nuestros hijos" acotó Javier.

Han vivido también momentos tensos durante la época del ochenta. Recuerdan las protestas y como debían resguardarse.

"Habían hartas protestas y el diseño del quiosco no era el mejor. Entonces por más que uno intentaba cerrar para resguardarse, terminaba todo ahogado con las bombas lacrimógenas. Fue dura esa época", agregó María.

Saben que es un trabajo que lentamente va desapareciendo. La gente cada vez menos está interesada en comprar ediciones impresas y opta por lo digital.

Sin embargo, ellos supieron reinventarse y hoy ofrecen otros productos. "Tenemos también golosinas y algunas cosas de regalo. Sabemos que eso va a ir desapareciendo, pero nosotros todavía le tenemos un gran cariño", agregó ella.

En el boom de Cobreloa se convirtieron en el verdadero centro de reunión para jugadores y también hinchas o admiradoras.

"Recuerdo cuando llegó Camilo Pino jovencito y venían las niñas a dejarles regalos y nosotros se los entregábamos. Antes era un punto de reunión", agregó Javier.

El consumo era alto, incluso tenían cuentas abierta para los clientes más fieles, a quienes entregan sus productos y luego se ponían al día para el pago.

"Antes la gente venía al centro el día del pago y se ponía al día con todas sus deudas. Eso de apoco fue desapareciendo", agregó Javier.

Hoy ya no hay necesidad de eso, aunque siempre hay algún cliente que lleva su diario y luego pasa a pagar.

Esperan pronto volver al Paseo Ramírez, desde donde salieron para un nueva remodelación, que esperan esta vez si sea definitiva.

Tienen una última tarea, que su hijo menor termine su educación universitaria. Luego de eso creen que será el momento ideal para empezar el descanso.

Hoy se sorprenden al ser protagonistas de la noticia, en ese diario que por 30 años han ofrecido y que los hizo ganarse un espacio. Abrieron la puerta para que sus más fieles clientes también pudieran conocer su historia.