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El chuquicamatino que ha dedicado la vida a los helados

Desde muy joven comenzó con este oficio. En la temporada de calor, lo podemos encontrar en la escuela Vado de Topáter y también por las calles de Calama.
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Karen Parra E.

Diariamente, Juan de Dios Villegas tiene un recorrido. Arriba de su bicicleta, vende helados barquillos y así lo ha hecho por años por las mismas calles loínas.

En un comienzo lo hizo en Chuquicamata, donde un tío le dio la idea de empezar con este negocio, que ha sido el verdadero oficio que ha desempeñado por cerca de 45 años y que pretende seguir realizándolo hasta que sus fuerzas no den más.

Todos los días, recorre varias calles de Calama, donde incluye la venta en la escuela Vado de Topáter. Ya es conocido y los niños lo saludan y le compran los helados. También, hay quienes le piden fiado.

Este hombre, de edad avanzada, afirma que siempre le ha gustado vender helados y aunque incursionó en otros oficios de los contratistas, la venta de este rico menester de verano, ha sido el que mejor dividendos le dio.

Ahora, viudo y sin hijos, sigue vendiendo helados que el mismo fabrica y que le permite tener el pan de cada día.

Aunque también en periodos malos, él mismo hace pan amasado y también sale a vender abordo de su bicicleta.

Asegura que trabajo no le falta y que si bien los helados tiene sus temporadas buenas y malas, él trabaja los 12 meses del año.

Es por ello, que ha ido diversificando el negocio y no sólo se queda con los helados, sino que ha buscado otros productos que le permiten salir adelante.

Sin embargo, a puro esfuerzo comenzó. "Me levantaba a las cinco de la mañana para ir a comprar hielo donde Don Pablo, en Chuquicamata. Yo le compraba para dos o tres días 30 barras de hielo y las trasladaba en un taxi", dijo Juan.

Recuerda que tuvo que hacer un hoyo en su casa y rellenarlo de paja para mantener las barras de hielo. Uno de sus secretos para ello, fue echarle sal para que se mantuvieran y así utilizarlos para la fabricación de helados.

También trabajó con familiares, pero esto no le dio buenos resultados.

Juan comentó que "mi primo se portó muy mal. Incluso estuve a punto de ir preso por su culpa".

Pese a ello, se pudo reinventar y así comenzó a vender helados a terceros, quienes recorrían las calles o los colegios y jardines infantiles.

"Me fue bien. Vendía y ganaba plata. Dejé de trabajar vendiendo pan, de lustrar zapatos. Iba al americano a arreglar jardines y me dediqué solo a vender helados", afirmó este hombre, que lleva casi toda una vida dedicada a los helados.

Ahora, con el paso de los años, se dedica exclusivamente a la venta de estos barquillos y en un día puede llegar a vender hasta cien helados.

Cuando las vacas son flacas, pone sus manos en la masa y comienza a hornear, para que así no falte el pan en la mesa.

Reconoce que ha tenido suerte y que nunca le ha faltado trabajo.

Cuando ha tenido momentos difíciles, el trabajar en este tipo de oficio, le ha permitido acomodarse y así salir adelante.

"Con los helados, pude cuidar a mi señora que estaba enferma. Trabajaba día por medio, porque había que hacer las cosas en la casa", dijo este heladero.

Actualmente, sigue recorriendo las calles de Calama y sobre todo cuando se viene el verano. Los helados cuestan 350 pesos y son el sustento diario de Juan de Dios Villegas.