Cartas
La ballena
Señor director:
"Un inocente cetáceo que un día extravió su rumbo, llego al lugar equivocado y en ese error... perdió la vida". Sabemos como eventuales conocedores de una fauna marina vista en el cine fantástico o leída en las novelas de aventura que existen las mal llamadas ballenas asesinas, orcas creo que se llaman. Estos gigantescos animales de película se desplazan silenciosos y boyantes tras embarcaciones pequeñas, y en el más absoluto sigilo se abalanzan contra tan indefensos navíos, partiéndolos en varias partes y devorando o toda su tripulación. Algo así como una mezcla híbrida entre el tiburón de Hollywood y Moby Dick, la Ballena Blanca, de la clásica novela de Hernán Melville.
Por otra parte esta especie de ballena podría ser algún tipo de vengador solitario, que hace pagar al hombre por lo que éste le ha hecho por tantos años a las amigables, majestuosas y magníficas ballenas. Cazadas en forma indiscriminada y salvaje, en grandes buques factorías nórdicos y nipones, que amparos en dudosos tratados de cuotas de caza con embusteros fines científicos, arrasan los mares del mundo incluido el nuestro, dejando al borde de la extinción a este gigantesco y magnífico animal que tanta fascinación despierta en la especie humana.
Dicen que las ballenas son excelentes navegantes, se conocen de memoria los siete mares y con un sistema como el sonar o algo así, pueden trazar fácilmente su curso, bueno casi siempre. De vez en cuando hay algunas que perdiendo su rumbo, quien sabe por qué misteriosos motivos, van a dar a las playas del mundo. Un buen día, de hace muchos años que ya comienzan a vivir en el olvido, una inocente ballena tuvo la mala suerte de perder el rumbo frente a la bahía de San Jorge y venir a parar a las rocosas playas de Antofagasta. En el lugar un grupo de improvisados ecologistas locales, trataron de devolver la ballena al mar. Otros en cambio entre empujón y empujón tanteaban la parte del bistec que podían obtener de semejante espécimen. Con la noche llegó la oscuridad, con la oscuridad llego la calma cómplice antes del ataque y con ella el fin de la ballena. Su destino quedó trazado como el ancla a nuestro cerro. Al regresar en la mañana, el espectáculo era dantesco, ¡una carnicería gigantesca con sangre aún tibia! Todos tratando, armados de cuchillos, hachas, machetes o serruchos, de llevarse un trozo de su carne. Que triste espectáculo dimos ese día aciago los antofagastinos.
El tiempo ha pasado, solo reflexiono que este noble y poderoso animal fue capaz en algunas horas de sacar lo mejor y lo peor que los seres humanos llevamos dentro.
Ricardo Rabanal Bustos
profesor, bombero y cronista