Cartas
Adiós
Señor director:
La dignidad que entregaron a cientos de antofagastinos, la amistad fraterna de una vecindad que se construyó con el tiempo y el recuerdo de ha quienes conocimos como vecinos y hoy ya no están con nosotros, nos entregan un lindo recuerdo de estos departamento que hoy son saqueados y destruidos por vándalos sin contención alguna.
Don Jorge Alessandri Rodríguez fue tal vez uno de los más austeros presidentes de Chile. Con su sencillez y humanismo "El Paleta" conquistó los corazones más humildes de un nación más bien pobre. Ese espíritu servicial de un verdadero servidor público, de una manera mágica lo heredaron los departamentos de la población Alessandri que por más de 25 años, pese a su tamaño, supieron dar protección y generar hogares para vecinos honestos, trabajadores y preocupados por el futuro de su familia. Estos nobles hogares que resistieron lluvias, temblores y terremotos no merecían desaparecer así de nuestras memorias históricas y emotivas de ciudad.
Ha pasado el tiempo y recuerdo esa época cuando camino a mi casa, al subirme a un taxi colectivo, le dije al chofer, "me puede parar en los departamentos de la población Jorge Alessandri". Me respondió "¿Los departamentos de la población Alessandri?... perdone señor, pero no los conozco. Le contesté "Los edificios blancos que quedan en la calle Nicolás Tirado, esquina Avenida Héroes de la Concepción"... "¿Departamentos blancos dice usted? ¡Ah los nichos!", dijo. "Sí... los nichos", contesté con resignación. Una vez más, el intento de elevar el lugar de mi residencia a la categoría de edificios o departamentos había fracasado rotundamente. Debo reconocer que al principio me molestaba, más aún si coincidía un chofer que se venía haciendo chistes de la pequeñez de tales edificaciones. ¿Es verdad que cuando entra el sol, ustedes tienen que salir? O en la noche dejan colgados a los niños, o cuando se muere alguien solo colocan la lápida en la puerta y listo. Como señal de protesta en varias ocasiones les reclamé por lo inoportuno de los chistes, sé de algunos vecinos que lo hicieron en tono más enérgico. Muchas veces tales bromas venían de amigos, pero a ellos era más fácil decirles en buen chileno y mal castellano lo que pensaba acerca de sus comentarios.
Con el tiempo, el viaje se hizo cotidiano. Además, colocaron una garita de taxis colectivos en la población, así que solo bastaba decir que uno llegaba hasta el terminal y asunto arreglado.
Ricardo Rabanal Bustos
magíster en Educación
profesor, historiador y cronista