Jugadores extranjeros de Cobreloa cuentan las vivencias de su cuarentena en Calama
Dos uruguayos y dos argentinos relataron cómo ha sido vivir el día a día lejos de sus familias, sus países y con la incertidumbre de ver cómo una zona de "bajo riesgo" se convirtió en el epicentro de contagios con COVID-19 en la región.
Deportes - La Estrella del Loa
Algunos en solitario, otros en compañia de sus familias directas. Extrañando, con cierto miedo a ratos y total incertidumbre sobre si ese torneo de Primera B al que arribaron por primera vez se iba a terminar de jugar. O si se mantendrían encerrados sin una sola claridad de cuándo iban a poder pisar una cancha de fútbol.
Cuatro de los siete jugadores extranjeros que militan en Cobreloa -tres trasandinos, dos uruguayos y finalmente, otros dos son argentinos con nacionalidad chilena- se atrevieron a contar sus vivencias en tierras loínas, después de que la autoridad les permitió volver a entrenar tras casi cuatro meses en total confinamiento.
"Sí, me acuerdo que decían que por la altura acá el virus no iba a afectar tanto, que se moría con el calor y resulta que después de ese relajo, pasamos a ver que el tema era fuerte y crecía todos los días", reconoce Pablo Caballero, capitán de Cobreloa y jugador uruguayo que alcanzó a traer a su familia a la zona.
Él tuvo suerte porque Emiliano García, su compatriota, no pudo trasladar a los suyos y debió vivir este tiempo en soledad. "Justo cerraron las fronteras cuando se venían y al principio fue muy duro. Pero después, sabiendo que estaban bien y seguros allá, todo esto igual a uno le sirve para madurar más, para irse encontrando con cosas que le gustan. Por ejemplo, yo decidí empezar a alejarme de toda esa información que circula sobre el tema en las redes sociales y que satura, elegí un buen libro, ver algunas series, estar tranquilo y tomar todos los cuidados cuando uno sale, que en mi caso, es al 'súper' y ahora a entrenar".
Contagio
Quien lo pasó mal fue Maximiliano Velazco, el joven portero argentino que contrajo el virus y peor aún, terminó con su grupo familiar con el COVID-19. "No es un lugar común eso que dicen todos, que más que preocuparte por ti, lo que realmente te angustia es contagiar a los demás en tu casa. Más cuando estás lejos de tu país, tu gente se preocupa y no sabes qué va a pasar. Lo bueno es que nos afectó poco, más allá se tener que estar encerrados y el club se portó muy bien conmigo y mi familia", reconoce el meta que asume haber adquirido el virus luego de una visita a un banco del centro de Calama en donde "la gente no respeta las distancias porque quería hacer todo rápido, precisamente para ahorrar tiempo y no exponerse".
Su compatriota Hernán Hechalar mira el paso de los meses con cierto optimismo. "Mi familia iba a venir, estaba todo listo y justo cierran la frontera, ellos están en Salta. Me angustié al principio porque ha sido difícil. Por más que yo haya estado en otros países y ellos sepan que la profesión de uno implica moverse de país a veces, nunca habíamos estado tanto tiempo separados, sin ver a los niños", confidencia.
Pero al mal tiempo, el cordobés decidió ponerle buena cara. "Pensé que si estaba con una lesión con que terminé en marzo, quizás era una oportunidad para que eso cicatrizara y yo dedicara tiempo en cosas que quise hacer. Y por eso me compré una guitarra por internet".