El recuerdo de los héroes que perdieron su vida en el Abtao
Hoy descansan sus restos en el mausoleo donado por la comunidad de Antofagasta en 1900 ubicado en la avenida central de Cementerio General.
Andre Malebrán / Redacción
Tancredo Riobó preservó la historia sin saberlo un miércoles 3 de septiembre cuando relaba a su mamá lo que había acontecido en Antofagasta pocos días antes, el 28 de agosto de 1879. En su carta cuenta "hemos olido la pólvora; y no es cierto que el fragor del combate infunda miedo; lo contrario es lo que he visto suceder. Todos estaban poseídos de entusiasmo guerrero. Verdad es que con los valientes jefes que mandan nuestras fuerzas, el más tímido crearía valor".
El hombre fue un testigo y protagonista de las secuelas que dejó el Huáscar en su llegaba aquel jueves a las costas de Antofagasta con la misión de destruir las maquinas resacadoras de agua y cortar el cable submarino del telégrafo que estaba ubicado en el sector sur de la ciudad: la actual Playa El Cable.
La comunidad estaba espectante, ya que el Huáscar había pasado unos días antes frente a las costas, por lo tanto, el Regimiento de Artillería N°1 estaba preparado para cualquier eventualidad y así lo debió hacer ese día.
Cañonazos
El guardiamarina Luis Artigas, quien estaba en la cofa del palo mayor de la corbeta Abtao, anuncia a las 13:00 horas que el Huáscar se encontraba a 4 mil metros de la costa. Cumpliendo con la orden del general en jefe, 20 minutos más tarde el Abtao rompe los fuegos con tres cañonazos de 150 libras, uno de los cuales baña de agua al Huáscar.
La corbeta Magallanes al mando del comandante Juan José Latorre también entra en combate.
Las baterías de costa tales como fuerte norte, fuerte sur y del centro disparaban con todo para derrotar al Huáscar, cuyo octavo tiro ve salir humo del Abtao, ya que una granada de 300 libras, lanzada por elevación, había perforado el palo mayor.
"Por estribor, a la altura de un metro, había en cubierta una brecha coma de tres pies cuadrados produciendo estragos. Aun no se enfriaban los primeros cadáveres y otra granada caía cerca de la primera, algo más a la proa, rompiendo los pasamanos del puente, donde se hallaba el comandante Sánchez, y echa abajo la escala, perforando la chimenea con sus tres camisas de fierro, se estrella contra la bita del mismo metal y estalla. La cubierta se rompe y los cascos vuelan en todas direcciones", describe Rodrigo Castillo
"¡Apuntad bien muchachos! ¡venguemos la sangre derramada!; ¡Fuego contra esa canalla!
el comandante del Abtao, don Aureliano Sánchez, en el relato de Tancredo Riobó a su madre